Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1854-1856 (Cortes Constituyentes de 1854 a 1856)
Sesión: 22 de noviembre de 1854
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso y réplica al Sr. Ametller
Número y páginas del Diario de Sesiones: nº 15, 156 a 158
Tema: Actas de Zamora

Sr. SAGASTA: Han sido necesarias todas las exageraciones y todas las inexactitudes de que el señor Ametller ha compuesto su discurso; ha sido necesaria toda la ofensa que estas envuelven hacia la provincia de Zamora, para que yo haya podido ver la repugnancia que tenía de hablar de este asunto, porque no quería yo de ninguna manera contribuir a dilatar, siquiera momentáneamente, lo que todos ansiamos, la constitución definitiva del Congreso. Según el Sr. AmetIler, todo ha sido ilegal, todo ha, sido arbitrario, todo ha sido malo en las elecciones de Zamora. Malos los Ayuntamientos, porque mal se formaron las listas electorales; mala la Diputación provincial porque pasó por estas listas mal confeccionadas; malos los presidentes y secretarios de las Mesas electorales, porque no quisieron admitir las protestas que se las presentaron; malos los comisionados para el escrutinio general, porque hicieron lo mismo; malos los electores, unos porque compraron votos, otros porque los vendieron. Todo, pues, ha sido malo; de suerte que a mí me ocurre preguntar ahora: ¿ Quién ha sido bueno en la provincia de Zamora? Si el discurso de su señoría no se hubiera pronunciado en otra parte, por ejemplo en el Parlamento inglés, triste y desconsoladora idea se hubiera formado la Inglaterra de nuestra provincia de Zamora; pero afortunadamente ha sido pronunciado aquí, donde no habrá tres Sres. Diputados qua no conozcan la provincia, que no sepan que el humilde carácter de sus habitantes, sus sencillas costumbres su respeto, más de una vez exagerado, más de una vez inconveniente, de las instituciones establecidas, la hacen incapaz do ser ahora y siempre díscola, arbitraria, ilegal: esto nos lo demuestra su historia, nos lo corroboran sus antecedentes. Señores, se dice que las listas electorales estaban mal formadas, y a la verdad que no sé cómo se puede [156] decir esto como argumento contra las segundas elecciones, cuando no lo ha sido contra las primeras. ¿No sirvieron para aquellas las mismas listas que han servido para estas? Y sin embargo, ¿ no se aprobaron las primeras elecciones sin dificultad alguna? Y téngase en cuenta, señores, que se aprobaron porque debían aprobarse: las listas electorales se formaron con arreglo a la ley; con arreglo a la ley se expusieron al público; con arreglo a la ley se admitieron cuantas inclusiones y exclusiones legal y documentalmente se solicitaron de la Diputación, y con arreglo a éstas inclusiones y exclusiones se ultimaron las listas.

Yo puedo decir que para inclusiones se hicieron algunas reclamaciones, pero no se hizo ninguna para exclusiones, ¿Y por qué? Porque en el ánimo de los habitantes de la provincia, estaba la idea de que había más electores que los que figuraban en listas. El Sr. Ametller pretende justificar que en Fermoselle no debía de haber más que 200 electores en vez de 600 que han votado, para lo cual presenta una certificación de la Administración de Hacienda pública de Zamora, que, cuando más, nos manifestará la estadística de la riqueza local de aquel pueblo. Pero en Fermoselle, que, como todos sabemos, es uno de los pueblos más ricos de la provincia y que más extendidos tiene su industria y su comercio, ¿no puede haber muchos habitantes que no tengan allí sus bienes raíces, y sí en otros puntos, y por consiguiente ser electores? Pues qué ¿no ha consentido y consiente la ley que vote el elector que lleva un año de residencia en el distrito en que vive, aunque tenga sus bienes en otra parte?

Ha dicho el Sr. Ametller que en Alcañices se compraron y vendieron votos; ¿ Y cómo ha querido probar esto? Con una justificación de cuatro testigos, los cuales ni aun están contentos en sus declaraciones, y tanto, que son absolutamente contradictorias, puesto que uno o dos de ellos dicen que se les presentó D. José Álvarez Builla a ofrecerles 6 rs. por el voto. Señores 6 reales, ¡Vergüenza da el decirlo! Mientras que los otros dos, sin embargo de haber oído junto con los dos primeros el ofrecimiento, no dicen que fue D. José Álvarez Builla quien se les presentó, sino otra persona cuyo nombre no recuerdo. El Congreso sabe muy bien, sabe mejor que yo el valor que merece una justificación de solo cuatro testigos, cuando se trata de una provincia qua cuenta 16.000 electores, y mucho más cuando aun esos cuatro testigos no están contentos, no están conformes. Yo solo debo advertir que D. José Álvarez Builla, por su talento, por su posición social y por sus envidiables prendas, se ha granjeado de tal modo la confianza de aquél país, que en ésta, como en todas las elecciones, los electores se apresuran a conocer la marcha que piensa adoptar, para seguir completamente sus huellas; en una palabra, el Sr. Builla es una potencia en aquel distrito; es el mentor nato de los electores de aquella comarca. Esto no hay nadie en la provincia de Zamora que lo desconozca; no hay nadie que, conociendo al Sr. Builla, lo ignore. Pues ahora bien, ¿Es posible que al Sr. Builla tenga necesidad de apelar a un medio tan indigno como al del dinero para obtener votos, cuando solo una simple indicación le basta y sobra para captarse la voluntad de los electores? No, señores; no es posible, no es ni aun racional.

Hay más: se dice en esa información que el ofrecimiento se hacía para que no votasen al Sr. Ametller y si lo hicieran a D. Antonio de Jesús Arias y D. Ildefonso Avedillo, precisamente; a los dos candidatos de verdadera influencia en este distrito. Pues bien; el señor Arias no tenía allí más influencia contraria que la del Sr. Avedillo, y el Sr. Avedillo más influencia contraria quo la del Sr. Arias. ¿ Es posible, pues, que estos dos señores se uniesen en ese distrito por medio de un lazo tan indigno como el del dinero, pudiendo haberlo verificado con solo su palabra? A la consideración del Congreso abandono la contestación. Pero aun suponiendo, y es bastante suponer, que ese hecho es cierto, lo único que se prueba es una cosa lamentable, muy lamentable, y es, que hay electores indignos hasta del derecho de ciudadanía, pero de ninguna manera puede afectar a la elección. De lo contrario, no habría elección posible, puesto que, como conocerá la Asamblea, no será una gran dificultad el que un candidato que se considere vencido compre o mande comprar tres o cuatro votos en una provincia que tenga 16 .000 o 20.000 electores, y que justifique después esta compra. Repito, señores, que este es un hecho particular, qua cuando más podrá dar lugar a un castigo a los culpables, si es que efectivamente los hubiera; pero de ningún modo puede figurar como un argumento contra la elección en general. Y téngase en cuenta, señores, que yo en esta cuestión puedo hablar muy alto, porque el Sr. D. José Álvarez Builla ha sido adversario mío en las elecciones, y de ahí el que el distrito de Alcañices haya sido el que menos votación me ha dado de todos los de la provincia, y de ahí también el que en el referido distrito haya yo tenido, no sólo menos votación que todos los diputados electos, sino menos que casi todos los candidatos que han figurado en la provincia, y bastante menos que el señor Ametller; pero yo, separándome en esto del proceder de dicho Sr. Ametller, allí donde está la justicia, allí estoy yo, siquiera me sea favorable o adversa.

Señores, se ha hablado de coacciones en la provincia de Zamora. Allí no ha habido coacción, allí no ha habido influencia oficial; digo mal, la ha habido y grande, en las primeras elecciones, en favor de D. Victoriano Ametller. Voy a probarlo. Verificada la primera revolución de Julio, la Junta de gobierno de la provincia de Zamora, o mejor dicho,, de la capital, porque en la provincia hubo tantas Juntas como pueblos, nombró su presidente al Sr. AmetIter, aunque, como ha dicho muy bien, estaba lejos de allí cuando el pronunciamiento se hizo. A los cuatro días, cuando ya las cosas estaban en orden, se presentó el Sr. Ametller a tomar posesión de su presidencia, y enseguida la Junta de gobierno, o mejor dicho, él mismo se nombró gobernador interino de la provincia. Aquí empieza la influencia oficial. Por una disposición de la Junta se variaron todos los Ayuntamientos de la provincia; disposición que yo consideré como conveniente, que yo aprecié como una medida revolucionaria indispensable, pues lo que estaba mal hecho era preciso deshacerlo. Pero ¿cómo se hizo esta variación? Aplicando a cada pueblo una ley distinta, la que subordinaba esos pueblos a poner en los Ayuntamientos las personas amigas del Sr. Ametller o de sus agentes electorales; y así es que no hubo una ley fija para la renovación de los Ayuntamientos en la provincia de Zamora; y así también salió ello, porque esas disposiciones originaron conflictos cuyas consecuencias deplora y deplorará por mucho tiempo la provincia de Zamora. En este estado, el Gobierno nombró en propiedad gobernador de la provincia de Zamora a D. Jerónimo Couder, [157] quien tomó posesión en 16 de agosto, quedando Ametller de presidente de la Junta consultiva.

Su delicadeza le obligaba, en mi entender, a hacer renuncia de ese puesto de tanta influencia en las elecciones; pero ¿qué hizo? Nada de eso, y para que no se les olvidase a los pueblos que era presidente de la Junta consultiva, y que lo había sido de la de gobierno, en una alocución que dirigió a la provincia decía, entre otras cosas, lo que va a oír el Congreso: " Quedo entre vosotros..."

Bonitas palabras por cierto, pero que prueban que se iba preparando el terreno electoral. Además, sin duda por simpatía, el Sr. Couder era gobernador en el nombre, y en la esencia el Sr. Ametller, y hasta tal punto, que en los conflictos ocurridos entre los pueblos por efecto de las medidas tomadas por la Junta, el gobernador de la provincia de Zamora comisionaba al Sr. Ametller para arreglar las desavenencias que como presidente de aquella había tal vez producido De hecho, pues, había dos gobernadores, uno en la capital Couder, y otro en los pueblos, Ametller.

Pero como si esto no bastase para entrar en la lucha electoral, el Sr. Ametller se hizo nombrar (y llamo mucho la atención del Congreso sobre esto, porque creo que no tiene ejemplo en España) presidente de una Comisión que tenía por objeto oír las reclamaciones de los pueblos sobre la contribución de consumos, y determinar lo que tuviese por conveniente en la rebaja de los que estuviesen muy recargados. Señores, es necesario que el Congreso se persuada que en Zamora esta contribución es una monstruosidad, que es peor que el cólera morbo: lo será en todas partes, pero en Zamora más que en ninguna.

Aquí tengo el Boletín Oficial de la provincia en que se anunció esta disposición, ya que conocerá el Congreso la influencia que podía tener en unos pueblo en que miran la ya referida contribución como la mayor de las calamidades, como la mayor de sus desgracias. Voy a leerla, aun cuando hubiera deseado evitarlo en obsequio a la brevedad. (Leyó ).

La comisión, pues, como ha oído el Congreso, se componía del Sr. Ametller, presidente, y de D. José Carlos Escobar y D. José Cachón, sus agentes electorales; de manera que la oficina electoral del Sr. AmetIler se pasó, como suele decirse, con armas y bagajes a la Comisión de consumos.

Pues bien, señores; con estas dos terribles armas salió el Sr. Ametlier a recorrer los pueblos, y anunciándose en ellos como presidente de una o de otra Comisión, reunía los Ayuntamientos y mayores contribuyentes, y después de dirigirles una larga peroración, cosa a que el Sr. Amettler se mostró muy aficionado, acababa por pedirles sus sufragios. Debo advertir, señores, que a mí se me ofrece parte en esa magna Comisión de consumos, como recordará el Sr. Amettler, si es que su memoria no le es infiel; pero yo la renuncié, porque no quiero la influencia para nada. Yo quiero ser Diputado, quiero ser representante de mi país, pero por lo poco que yo valga, no por lo mucho que pueda valer el Gobierno.

Yo no he dudado ni por un momento de las ideas liberales del Sr. Ametller, y no he dudado, señores, porque yo aprecio mucho la intención. El Sr. Ametller tiene intención de ser liberal, pero el Sr. Ametller quiere ser liberal, pero el Sr. Ametller no sabe serlo; porque no es liberal quien a la fuerza y contra viento y marea quiere ser Diputado; no es liberal quien para serlo mendiga la influencia oficial; no es liberal quien prefiere la diputación a la paz, al sosiego y a la tranquilidad de una provincia; porque es menester que sepa el Congreso que por ese empeño pertinaz del señor Ametller en ser Diputado por un país que no le conoce, se ha convertido la provincia de Zamora en un campo de Agramante.

Señores, debo decir que el Gobierno en esta influencia perjudicial que se ejerció en la provincia de Zamora no ha tenido absolutamente parte. Y tan no ha tenido parte, que en el momento en que tuvo noticia de ella, separó al gobernador de la provincia; pero el señor Ametller, siempre impertérrito, no ha hecho, al menos que yo sepa, renuncia de la presidencia de ninguna de las ya referidas Juntas.

Nada puedo decir de lo que ha pasado en Fermoselle, porque no he estado allí cuando las elecciones se verificaron, ni nunca; es uno de los pocos pueblos de la provincia que no he visitado, y lo siento.

Señores, voy a concluir protestando altamente contra las ofensas que el Sr. Ametller se ha permitido hacer a la provincia de Zamora, manifestando al mismo tiempo, para honra de la misma, que el Sr. Ametller no ha salido Diputado por rodearse de influencias oficiales. La provincia de Zamora estaba cansada de mandar aquí, con ligeras excepciones, Diputados de Real orden; estaba cansada de ver a los candidatos de los Gobiernos pasados, recorrer los pueblos con fuerza armada, como vieron al Sr. Ametller recorriendo la provincia acompañado de carabineros, y los pueblos no vieron en el Sr. Ametller más que un candidato del Conde de San Luis, aunque con distinto disfraz. Esta fue la causa de que se le separase la gente sensata de la provincia; ésta fue la causa de que los buenos liberales le volvieran la espalda, y ésta fue la causa de que haya sacado una votación menor de la que debía esperar.

Concluyo manifestando al Congreso mi alto reconocimiento por la benevolencia con que se ha servido escucharme.



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